0

Manifiesto contra la proactividad

Un fantasma recorre Colombia: el fantasma de la proactividad. Y no hablamos solamente del servicialismo rural que nuestros ancestros practicaban venerablemente. No. Estamos hablando de algo muchísimo más complicado. Estamos hablando del cálido abrazo que se dan, desde hace relativamente poco tiempo, las huestes del utilismo idiota – o del idiotismo útil – con la tecnocracia.

Carecemos de una idea clara sobre la institución. Aquella se nos pinta como una amalgama deforme de cosas a nuestro servicio, de la que sólo tiene derecho a exigirnos tiempo y dedicación, más cercanas a la abnegación católica que a la fría ética protestante. La institución no es ‘el aparato burocrático’; no es un mecanismo cuyos engranajes marchen cuando encajan con los demás a ritmos regulares. Más bien, la institución es un gran saco, un gelatina de corbatas y tacones, de la que debe sacársele jugo por algún lado de la manera más ingeniosa posible.

La ‘malicia indígena’ resultó ser la ‘moral del colono’.

Si nos damos una vuelta por los años noventa, vamos a a encontrar, a diferencia de las carátulas de Diner’s, a un montón de gente que le dicen que se preocupe por ser productiva, pero que se encima unos corrientazos – tan venerables como el servicialismo rural – que los dejan pesados y felices, como al arriero.

Ahora, los monstruos de la Diner’s han roto las cadenas del papel y han cobrado vida, en forma de seres todavía más grotescos. En vez de mano derecha tienen Whatsapp y en vez de mano izquierda tienen palillo mondadientes. En realidad tienen tentáculos. Gregorio Samsa despertó convertido en un bicho más repugnante: un freelance.

¿Qué es la proactividad? se trata de hacer lo mismo pero más barato, como con los títulos de Peñalosa. Es suprimir la incómoda barrera de las ‘ocho-ocho-ocho’ (quienes luchaban por ella ya fueron suprimidos) y empezar a hablar de metas, que se cumplen por que se cumplen, como se grita en los batallones.

Pero ni siquiera la rigidez de la vida militar es necesaria: funcionarias y funcionarios parecen cada vez más bomberos de oficina apagando incendios. Y claro, ni bien se apaga una flama, ya viene la otra devorando el suelo erosionado por el pino y el eucalipto, que son especies foráneas. Como los tecnócratas.

Ser proactivo es, entonces, hacer mil cosas sin acabar la anterior; Los derechos laborales son juguetes muy caros.

Ese carreto anti-burocracia, que desembarcó por allá en los noventa, encontró los factores ambientales apropiados para diseminarse rápidamente en los cuerpos violentados de trabajadores y trabajadoras que, a fuerza de creer que los frutos crecen en el patio sin mayor necesidad de irles a buscar, nunca les permitieron experimentar la promesa de regulación económica que, por ejemplo, alguna vez prometieron el socialismo o el capitalismo de bienestar. Cuando Fukuyama dijo que la historia había llegado a su fin, aquí ni siquiera había comenzado. Aquí reinaba Pablo Escobar, el primer CEO.

Que también era una persona muy proactiva: cargaba con una libretica de apuntes y trajo los primeros celulares.

¿Cómo se es proactivo? Es un poco de ‘donde-te-pongo’ con una pizca ‘para-mañana-se-lo-tengo’ con un pedazo de ‘se-lo-dejo-bien-baratico, porque hago lo mismo y cobro menos’, como los Transmilenios de Peñalosa. Pero claro, un contratista de algún departamento administrativo no les va a hablar como zapatero, o como Alcalde. Tiene su lenguaje – que no es suyo – y tiene sus propuestas – que no son suyas –. Este contratista ideal, entre más se comprometa con cosas que no lo atañen, mejor: hacer la presentación en powerpoint, servir los tintos, firmar las actas que su coordinador evade, recoger las tazas, imprimir la tabla con los cumpleañeros del mes, quedarse después del cierre apoyando tareas… ¿Apoyando tareas? ¿Cuál es la tarea principal de un contratista? ¿Vivir? ¿Sobrevivir? El contratista no lo sabe, pero el contrato que firma dice que sí. Sus intenciones siempre son cordiales y si no se las sabe, se las inventa; es un querido.1 Hemos esbozado un primer acercamiento al idiotismo útil… o al utilismo idiota.

Una verdad incómoda se nos presenta ante nuestros ojos: nuestra tendencia casi natural al servicialismo. “El único riesgo de Colombia es que te quieras quedar” rezan las vallas. Y sí: el único riesgo de quedarse en Colombia es terminar enredado en una familia clase media que tiene por fin lavarle la ropa y hacerle el desayunito al invitado – preferiblemente de otro país –, no sin antes llevarlo a caminar por La Candelaria o Usaquén, antes de amarrarlo definitivamente a la próxima novena decembrina. Este visitante que se tiene a sí mismo y a sus creencias únicamente, termina convertido en un apéndice regordete de papi y mami que se desviven como si sus yoes los hubiese machacado una trituradora de exquisito café colombiano. Y en esto las mujeres tienen un grado de responsabilidad elevado (y el café).

Así, y con los espejitos de colores delante y la tenaza del salario mínimo detrás, nos estamos convirtiendo en esquizofrénicos del deber, cumplidores a muerte. Llegará el día en que la palabra ‘vacaciones’ se convierta en insulto y la idea de descanso haya sido quemada por los bomberos de la tecnocracia, como en ‘Farenheit 451’ de Bradbury. ¿Acaso le huímos a tener la cabeza ociosa? ¿A levantarnos después de las siete?

Las y los firmantes, entonces:

1. Creemos que una sola tarea con un solo ritmo y en un solo momento, es la verdadera economía.

2. Denunciamos al hombre y a la mujer orquesta porque, con el solo tronar de su bulla, fastidia y desdibuja la meta, que ya no es un punto de llegada sino un horizonte indeterminado. Su bulla tampoco es armoniosa.

3. Rechazamos la confusión entre proactividad y productividad. La productividad es ajuste y eficiencia de lo invertido. La proactividad es sobrehacer abaratando costos; la productividad es optimizar procesos. La proactividad es explotar los procesos y burlar la institución; La productividad es saber guardar energías; la proactividad es “colaborar” como si de eso dependiera la vida.

4. Advertimos que Colombia es un país lleno de idiotas útiles. Y de café.

5. Denunciamos a la mujer hacendosa, porque al no hacer conciencia, colabora con su propia explotación.

6. Clamamos por una sociedad que se levante después de las siete. Y que no se meta a las cobijas por la noche trabajando desde el Whatsapp.

(En respuesta a una de las masacres laborales más grandes de nuestra historia).

Bogotá, D.C. Junio 30 de 2016

1Buena onda, chévere. Persona agradable a pesar de los problemas.